Cuenta Robert Peston, periodista de ITV, que en la última cumbre de Davos se produjo una especie de conversación de besugos entre dos de las mujeres más poderosas del planeta: Theresa May y Angela Merkel.
En un encuentro de pasillo, la primera la pedía a la segunda una oferta –que, evidentemente, nunca se produjo –mientras éstas la contestaba con un “¿Qué es lo que quieres?”. Muchos periodistas europeos se han tomado esta conversación como una muestra de debilidad y dudas por parte de Theresa May. Mi apuesta es la contraria: está ganando tiempo mientras trabaja en reducir lo máximo posible el impacto del Brexit.
Reino Unido creció un 1,8% en 2017, 0,1 puntos porcentuales menos que en 2017. La evolución interanual e intertrimestral muestran un ligero descenso del ritmo de crecimiento, que adquiere mayor relevancia cuando lo comparas con el crecimiento de la Eurozona (2,5%) o Estados Unidos (2,3%). El impacto del Brexit a día de hoy está limitado al sector construcción orientado a la obra industrial y comercial, con la construcción residencial creciendo al mismo ritmo que en años anteriores y una tasa de paro que se mantiene vigorosamente en el 4,3%.
Sin embargo, el Gobierno de May sabe que el Brexit tendrá un impacto relevante y juega sus cartas de forma magistral. Mientras filtra un informe apocalíptico, en el que señala una caída del PIB inglés oscilando entre el 5% en el mejor de los casos y el 8% en el peor para los próximos 15 años, lleva a cabo una reducción del déficit sin apenas precedentes en la historia económica del viejo continente. Con los datos acumulados a Diciembre de la mano, el déficit se redujo un 31%, estabilizando la evolución de la deuda en niveles cercanos al 85%.
Esto tiene un nombre: prepararse para el invierno. En el caso inglés, tiene fecha: 29 de marzo de 2019. Ese día tienen que estar fuera de la Eurozona, y las finanzas públicas tienen que estar lo suficientemente saneadas como para paliar parcialmente un impacto que probablemente sea mayor que el filtrado, pero que tiene que parecer menor. Para eso está trabajando Theresa May: ganar tiempo, reforzar las finanzas públicas y evitar que la economía entre en recesión.
Los ciudadanos pedirán menos explicaciones si la economía crece, aunque esté lejos de su crecimiento potencial, que si el PIB registra signos negativos, o si el paro se dispara. Reino Unido había logrado en 2016 un Output Gap –diferencia entre crecimiento del PIB y del PIB potencial –positivo, según la OCDE, por primera vez en los últimos cuatro años. Está claro que el Brexit va a volver a situar a la economía inglesa en negativo al respecto, y ahí estará su problema de raíz. Con el apoyo del Banco Central de Inglaterra, una balanza comercial que, a pesar de seguir siendo deficitaria, ha reducido su déficit casi en un 40% en los 9 primeros meses del año, y unas finanzas públicas capaces de absorber fuertes shocks de demanda, la transición hacia la autonomía total de Inglaterra será mucho menos dolorosa de lo que todos prevemos.
Mientras, en Europa seguimos con Planes Juncker, políticas de demanda, despilfarro generalizado y dinero barato sin justificación macroeconómica. Con unas elecciones como las italianas a la vuelta de la esquina y una salida de la moneda común que puede ser el ejemplo a adulterar por los populistas que acechan el Viejo Continente. Al tiempo.