Disclaimer inicial: Este post pretende ilustrar un caso de éxito de las políticas keynesianas, no una defensa de las mismas. En las próximas semanas hablaremos de un caso de éxito en el seno europeo, usando herramientas distintas.
Con la caída esta semana de Banco Madrid (filial de BPA), me venía a la cabeza un ejemplo de cómo afrontar esta crisis desde una perspectiva –real –de mercado: Islandia.
En Octubre de 2008, sus dirigentes decidieron dejar de asistir de forma artificial al Frankenstein financiero que habían creado, y tomaron una decisión out-of-the-box: En lugar de inyectar otros miles de millones a un sistema financiero hipertrofiado, decidieron nacionalizar los bancos “sistémicos” con dificultades, pero con una suspensión de pagos bajo el brazo. O, lo que es lo mismo, trasladar las pérdidas derivadas de excesos pasados a accionistas e inversores, garantizando los depósitos de los ahorradores. Vamos, que todo el que decidió emplear su dinero en obtener rentabilidad de un banco que no era capaz de devolver sus deudas, lo perdió.
También hubo factura ciudadana: a pesar de tener los depósitos garantizados, Islandia decretó una situación de control de capitales –el famoso corralito argentino, por el cual los ciudadanos no podían extraer más de una cantidad prefijada de dinero de sus cuentas bancarias en un período de tiempo determinado –y, como si de un herido de bala se tratara, hubo que “operar de urgencia” al país. Los efectos fueron drásticos: la corona islandesa perdió un 58% del valor, la inflación se disparó en el medio plazo, y la economía se contrajo un 7%.
Sin embargo, la decisión de las autoridades fue rápida y decidida. Además de la depreciación de la moneda –que impulsó claramente las exportaciones –construyeron una jurisprudencia que sirviera de aviso a próximos líderes con riesgo sistémico: banqueros y líderes políticos fueron juzgados e incluso encarcelados por los delitos cometidos. Finalmente, elaboraron un plan de ajuste a largo plazo que ya ha dado sus frutos; Islandia crecerá, según el FMI, el 3,5% y el 3,2% en 2015 y 206, respectivamente. ¿Su tasa de paro? Del 4,1%, con un aumento de la capacidad adquisitiva (salarios reales) del 5,8% de su clase trabajadora. Casi, casi, lo que está ocurriendo en España.
La pregunta directa, ante estos resultados, y visto lo que está ocurriendo en Europa –especialmente en Grecia –es: ¿Y qué medidas de austeridad han aplicado? El siguiente gráfico habla por sí mismo:
Políticas Keynesianas o de estímulo de demanda. Hablando en plata: no se han aplicado medidas de austeridad, al menos las que conocemos en Europa. Tal y como se observa en la gráfica, Islandia venía de una situación de superávit estructural presupuestario cuando esta crisis se cruzó en su camino. Y, de forma decidida, decidió aplicar un New Deal, tal y como estaba concebido por Keynes: aumento del gasto público para que la rueda económica continuara girando y así poder corregir desequilibrios. Pero, como podéis comprobar, queridos lectores, Islandia sí que hizo algo que prácticamente ningún país desarrollado hemos hecho: corregir desequilibrios.
Y, parece de perogrullo, pero es relevante. Keynes apoyaba la adopción masiva de estímulos públicos en épocas de crisis para estimular la demanda como palanca de dinamización de la economía. Sin embargo, para hacerlo posible, en época de auge, es necesario un ahorro de recursos públicos para minimizar el impacto derivado de economías externas y el endeudamiento asociado a ellas. Y eso, como podéis comprobar, es lo que está haciendo Islandia: una vez que ha pasado lo peor y la economía vuelve a crecer, el déficit público vuelve a niveles sostenibles, e incluso va camino del superávit (que se logrará, según las estimaciones de FMI, OCDE y demás, en 2016).
Bajo este sencillo análisis, no es de extrañar que Islandia haya retirado su interés en entrar a formar parte de la Unión Europea. Siendo críticos con un sistema que defiendo a capa y espada, es normal que desde fuera no estén dispuestos a renunciar a soberanía monetaria para entrar en un sistema lleno de contradicciones, en el cual se aprueba un Plan Juncker de cientos de millones de euros, así como un QE que riegue de dinero el sistema europeo, mientras continuamos sin unión bancaria y sin incentivos para volver a una senda de presupuesto público sostenible.
No obstante, siempre hay lugar a la esperanza. Parece que las Autoridades europeas han aprendido alguna lección de esta crisis, y en los últimos tiempos se han producido movimientos hacia un capitalismo al servicio del ciudadano. Primero fue el rescate de Chipre, en el cual los accionistas ya perdieron parte de su capital, y ahora ha sido Banco Madrid. Si bien es cierto que este cambio de rumbo esconde deficiencias graves en el sistema (tal y como explica Juan Ramón Rallo en este artículo), la caída de la filial de BPA esconde, por fin, una decisión que protege al ciudadano y elimina la impunidad de gente que cobra como gestores con una gran responsabilidad económico-social que no asumen, ni proactiva ni reactivamente. Personalmente, aplaudo la decisión de dejar caer al banco; si hubiéramos hecho lo mismo con Caja Madrid/Bankia, además de habernos ahorrado una factura importante a los contribuyentes, hubiéramos sido capaces de poner al descubierto con mayor efectividad una trama interesada y corrupta que ha hecho que el efecto sobre el ciudadano fuera doble.
Hasta pronto, lectores!