lunes, marzo 27, 2023

Le pese a quien le pese, la democracia ha sido el mejor de los sistemas de la historia de la humanidad. Y, en democracia, la razón siempre la tiene el pueblo, que vota cada cierto tiempo y asume las responsabilidades derivadas de sus votos.

2016 será un año que pasará a la historia por sus sorpresas electorales. Potencias mundiales como Reino Unido o Estados Unidos han decidido que gobierne las propuestas menos ortodoxas, según el consenso socialdemócrata reinante en el mundo desarrollado. Sin duda, toda una declaración de intenciones. El pueblo está hablando. El pueblo nos dice…

Que basta ya de líderes de consenso, La gente (sí, precisamente la gente de a pie) pide líderes que cuenten con tantas ideas como coraje para llevarlas a cabo. Capaces de llamar a las cosas por su nombre y encontrar problemas raíz que, de forma acertada o equivocada, convencen a una mayoría significativa de la población. Porque los que han dado alas al Brexit o a Donald Trump (sean de la condición socio-económica que sean) se han cansado de escuchar a sus políticos hablar sobre una minoría «necesitada» que justifica subidas continuadas de impuestos (presentes y futuros), pérdida de libertad y una población cada vez más dependiente de las Estructuras del Estado que previamente se han creado para ellos.

Estamos convirtiendo alguna que otra rasgadura en el sistema en un agujero negro que devora a un porcentaje cada vez mayor de la población. Y las soluciones comúnmente aceptadas pasan por seguir agravando esta situación. Un liderazgo claro, alejado de problemas generados en la mente de unos cuantos megalómanos es lo que está valorando la gente. La pena, sin duda, sea que este tipo de líderes vayan acompañados de populismos que acabarán pasando factura.

Que el Estado de Bienestar que con tanto esfuerzo y sacrificio han construido el segmento senior de la población se ve amenazado por una situación en la que el único que se beneficia de un verdadero bienestar es el Estado. Y, en ese trade-off, la población saca el arma de guerra más pacífica que conoce (el voto) y defiende lo que tanto les ha costado alcanzar. Las personas mayores, que no han conocido prácticamente ni festivos ni fines de semana sin trabajar, y sí la guerra, el hambre, y el trabajo duro con el único objetivo de sobrevivir, ven cómo dilapidamos los recursos que han puesto a nuestra disposición con cargo a un segmento de población que es tan etéreo que en muchos casos ni existe.

Entiendo a la gente que confían su voto a una fuerza política cuyo mensaje principal pasa porque (al fin) vean en primera persona los efectos de una carga impositiva nada desdeñable aplicada a una vida entera de trabajo. En el momento en el que sistemas elementales, como la educación o la sanidad, además de ser monopolios, fallan (listas de espera interminables, informe Pisa, etc.), es normal que busquen una alternativa más efectiva a las cantidades de dinero que se dejan todos los meses para asegurar esos servicios. Otra cosa muy distinta es que comparta su decisión, que no es el caso. Pero la entiendo. La entiendo profundamente. Me apena que no existan alternativas realmente constructivas a esta sensación de frustración. De hecho, espero que haya gente lo suficientemente inteligente en el mundo para aprender de los errores y construir proyectos que nos liberen de las cadenas de un sistema obsoleto y altamente tóxico.

Que hemos dado demasiado poder a un conjunto de personas desdeñable en términos de población mundial. Las reacciones de los mercados bursátiles al Brexit y a la elección de Trump lo demuestran. Nunca en la historia de la humanidad ninguna persona o conjunto de personas han tenido la capacidad de mover el dinero del mundo con esta contundencia. Desde 2008 la Globalización, lejos de ser una herramienta de apertura al libre mercado, se está convirtiendo en la concentración de poderes al servicio de una minoría muy selecta. Y eso es algo peligroso, que la gente identifica y trata de eliminar. ¿Cómo? Impulsando a través del voto que dicha minoría pertenezca al territorio nacional (proteccionismo). Desgraciadamente, es la única herramienta que existe a su disposición.

Que el establishment, lejos de ser el espejo para tener éxito en la vida, es visto con desprecio entre el resto de la población. Sin duda, la sensación de que las ventajas del Estado de Bienestar están cristalizando en una clase pudiente inmune a cualquier shock, independientemente de su capacidad de generación de riqueza o no, se extiende entre la ciudadanía. Los múltiples casos de evasión fiscal, el desconocimiento acerca del impacto real de esta selecta minoría entre el resto de la población, y la ausencia de oportunidades de mercado para formar parte de ella son solamente algunas de las causas. La consecuencia, sin duda, es una polarización entre una sociedad zombie, cada vez más pobre y dependiente del Estado, y un conjunto de personas que defienden su patrimonio (como han hecho a lo largo de toda la historia) sin incentivo alguno para crear riqueza real.

… Y que, efectivamente, hay una generación que se está perdiendo. Me refiero a los millenials, ese conjunto de personas a las que se nos ha inculcado desde la más tierna infancia las posibilidades infinitas que nos ofrece un mundo globalizado y libre y que, sin embargo, nos topamos a diario con una realidad mucho más dura y frustrante. Somos perfectamente conscientes de la necesidad de cambio en una sociedad que quema recursos (propios y ajenos) como si no existiese futuro, aunque no mostramos valentía ni proactividad para que dicho cambio sea constructivo y efectivo.

No soy capaz de explicar de otra manera la alta abstención que se está produciendo en este segmento. Tenemos la oportunidad de demostrar que somos capaces de cambiar las cosas. Como hicieron nuestros padres y nuestros abuelos. El voto protesta vía quedarse en casa a ver cómo otros solucionan nuestros problemas no va a funcionar. Y tomar las calles de forma violenta tampoco. Necesitamos crear estructuras capaces de transmitir nuestras necesidades e inquietudes a los órganos de decisión. Y eso, repito, no se logra desde el sofá de nuestra casa. Nuestros padres y nuestros abuelos ya hicieron en su día lo que tenían que hacer para intentar mejorar su vida y la nuestra. Los resultados no son especialmente alentadores, y precisamente por eso debemos evolucionar el modelo.

Por nosotros. Y por nuestros hijos.

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2 Comentarios

Fco. Javier Campos 17 noviembre, 2016 at 11:13 am

Te felicito Daniel por este post, el primero de los que he leido que habla con ecuanimidad y sin acritud de la situación socio-política, o ¿debería decir socio-económica? (siempre he pensado que política y economía son lo mismo) actual.
Coincido contigo en todos tus postulados y particularmente en que como tú, pienso que desde el sillón no se arregla nada que no es voto de castigo el hecho de no votar, esto solo perpetúa la actual situación.
Un saludo

    Dani 17 noviembre, 2016 at 11:57 am

    Gracias, Fco Javier

    Es un placer tener a gente como tú leyendo mis post. Me alegro de que estés de acuerdo tanto como me alegraré cuando expreses algún punto en desacuerdo y podamos debatir.
    Un saludo!!

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