Es por todos sabido que España es un país dominado por el pirateo. Y no sólo en la concepción informática del término. Maximizamos nuestros esfuerzos por lograr cosas gratis, vulnerando en muchos casos las leyes. Y consideramos que tenemos el derecho de recibir gratis cualquier producto o servicio considerado como bien social, esto es, que ayuda de forma directa a las condiciones de vida de, al menos, una persona.
Y, lo cierto es que una concepción tan socialista encierra muchos de los problemas que tenemos. El capitalismo, único sistema económico que se ha mostrado válido en toda la historia de la humanidad, se basa en dos conceptos muy claros que rompemos sistemáticamente: el precio y el valor.
El precio es bien conocidos por todos: es la suma monetaria a la cual un ofertante está dispuesto a desprenderse de un bien o servicio de su propiedad. O, si vemos la moneda desde el otro lado, lo que le cuesta al consumidor adquirir un bien o servicio que cubra una necesidad determinada. Por lo tanto, todos tenemos claro que es un concepto tangible y fácilmente cuantificable.
El valor, por su parte, es la utilidad que el bien o servicio adquirido reporta al nuevo propietario. Todos adquirimos un producto para cubrir una necesidad determinada, bien sea material y de nivel básico, como los alimentos, o inmaterial que afecte a la necesidad de reconocimiento social, como un brazalete de oro tallado en la otra punta del mundo.
En palabras de Warren Buffet: «El precio es lo que pagamos, y el valor lo que recibimos». Por lo tanto, el precio no se establece en base a los costes de producción, ni a bienes sustitutivos, ni a través de un benchmark internacional. El precio queda fijado por el conjunto de consumidores a los que el bien/servicio cubre una determinada necesidad, a través de un proceso de cuantificación monetaria de la utilidad reportada. Resumiendo: el precio de un activo se reduce a lo que los agentes de mercado están dispuestos a pagar por él.
En ese punto se produce un equilibrio de mercado, y tanto los beneficios empresariales como la utilidad de los consumidores se maximizan. El mercado se vacía y solamente shocks externos pueden alterar el equilibrio. Además, esta situación se traslada hacia todos los eslabones de la cadena de valor, produciéndose una selección natural de empresas eficientes, productivas y orientadas a las necesidades de su cliente, por lo que los mercados adyacentes se acercan a un nuevo equilibrio que, de nuevo, se ha demostrado empíricamente es la única forma de maximizar los objetivos de todos los agentes sociales.
Lo cierto es que España está muy lejos de una situación similar. No me refiero a los bienes proporcionados por el sector público, pagados a través de impuestos a pesar de que muchos ciudadanos crean que son gratis (a modo de ejemplo: el alumbrado público, TVE, el sinfín de funcionarios que nos atienden en nuestras relaciones con el Gobierno, etc.), si no más bien a todo lo que consumimos sin estar dispuestos a pagar un sólo Euro.
Un claro ejemplo son las industrias creativas. La música y el cine (en todas sus variantes) son partes esenciales de la vida de millones de jóvenes españoles que, sin embargo, no están dispuestos a pagar 5€ por una suscripción a Spotify, o 10€ a Wuaki.tv. «Internet está matando a estas industrias», he oído, o sin una bajada del IVA cultural no hay nada que hacer». ¿De verdad nos creemos lo que decimos? En muchas ocasiones, lo fácil es culpar a entes etéreos de problemas para los que nosotros, los individuos que componemos la sociedad, tenemos la solución.
Todos estamos de acuerdo en que internet es una herramienta muy poderosa. De hecho, yo confío plenamente en que las posibilidades que abre aún no podemos ni imaginarlas. Democratiza muchas acciones antes dedicadas solamente a los grandes agentes, y da poder al consumidor. No obstante, somos nosotros, los individuos, los que decidimos cómo usar ese poder. Si lo usamos para manifestar un sentimiento de protesta hacia, pongamos por ejemplo, las grandes discográficas multinacionales, puesto que consideramos que abusan de una posición dominante en el mercado y dañan a los pequeños agentes, entre los que se encuentran muchos artistas sin posibilidades, estaremos verdaderamente mejorando algo que nos reporta valor. Si, por el contrario, usamos nuestro poder para piratear por norma y generar un hábito de oposición al pago por defecto, sencillamente, estamos destruyendo una industria. El valor que nos reporta una serie de éxito no coincide con la percepción de dicho valor que llega al mercado y, por tanto, la tendencia del precio será 0.
No obstante, mi alegato a favor del poder del consumidor no está exento de críticas a las grandes macrocorporaciones y pequeñas empresas que han abusado en los últimos años. La diferencia entre precio y valor también se educa, y si los sucesivos Gobiernos de los últimos 20 años, y los responsables de los artistas más importantes de este país, nos han enseñado que los conciertos son gratis, con motivo de las fiestas municipales de cualquier ciudad o pueblo, ¿dónde está el incentivo para pagar? Si yo sé que un artista determinado va a actuar en las fiestas municipales de mi ciudad, o de un pueblo que se encuentre en un radio razonable, en 2 meses ¿por qué voy a pagar por verlo este sábado noche? Por no hablar de los artistas noveles, que ven cerradas todas sus puertas a cumplir su vocación. Si nos cuesta pagar por ver Juego de Tronos, imagínate para consumir una web serie de la que nadie habla. Además, es cierto que llevamos ya unos años en los que se está produciendo una migración del valor entre los distintos agentes de la cadena. Antes, las discográficas tenían el poder; ahora, las editoras, productoras y otros agentes nuevos son los encargados de maximizar el valor de la industria. Además, están surgiendo nuevos modelos de negocio en torno a la economía colaborativa, lo cual añade más posibilidades a un abanico ya de por sí amplio.
El objetivo de este post no era dar una charla difícilmente comprensible al lector. Aunque me ha quedado un poco largo y denso, espero haber sido capaz de transmitir lo que realmente pienso: Debemos conocer muy bien el valor que nos aporta cada objeto para saber cuál es nuestra capacidad de pagarlo. Y, evidentemente, hacer que el ofertante perciba dicho valor, a través de la transacción al precio determinado. He puesto el ejemplo de industrias creativas, pero este post es aplicable a cualquier actividad del día a día: ¿para ti es importante que te atienda un camarero en lugar de una máquina cuando sales a cenar? ¿Cuánto estás dispuesto a pagar por ello? ¿Ha trasladado la empresa que ha colocado la máquina la reducción de coste a sus productos? Cualquier otro escenario es ser, sencillamente, un ignorante, un hipócrita, o un rata.