Leo con inusual calma las noticias que vienen de la UE referentes al asunto griego. Y digo «inusual» porque lo que comenzó siendo un juego dialéctico propio de la clase política está derivando en un patio de colegio, en el cual nuestros responsables se cruzan declaraciones mutuamente, matizan, se desmienten, y tratan de desacreditar al contrario. Como si en lugar de socios fuéramos enemigos íntimos. Estoy completamente seguro de que los gestores europeos y nacionales tienen preparados planes de contingencia ante una eventual salida de Grecia, y, por tanto, conocen a la perfección las consecuencias de tal movimiento. En una economía que tiende claramente hacia la globalización, este movimiento sería un lose-lose que dejaría a ambas partes claramente debilitadas.
Ya hemos hablado en este blog sobre las consecuencias para Grecia de un abandono de la zona Euro (podéis leerlo aquí, y conocer las opiniones de dos economistas de referencia como son José Carlos Díez y Daniel Lacalle aquí y aquí, respectivamente), sin embargo, ante un enlace que cada vez parece más inminente, considero de suma relevancia tratar de exponer, de forma cualitativa, cuál es el impacto de un movimiento de este tipo sobre la zona Euro y, por ende, sobre España.
Para empezar, menos del 15% de la deuda griega está en manos de inversores ajenos a la UE. O, lo que es lo mismo, la fiesta griega la vamos a pagar los ciudadanos europeos con más impuestos, presentes o futuros, o con mayor inflación. Aumentar la tasa de cumplimiento (% de fondos puestos en circulación con respecto a los 60.000M€ mensuales que prometió Mario Draghi) del QE parece un estabilizador automático ante la situación de pánico y ahogo financiero que se producirá en el momento en el que Alexis Tsipras decida impagar la deuda que considere conveniente. Sin embargo, ¿es esto suficiente para evitar el contagio?
Honestamente, creo que el objetivo más extendido entre las Autoridades económicas internacionales es evitar un nuevo Lehman Brothers, es decir, construir los cortafuegos que sean necesarios para que el contagio sea el mínimo. Sin embargo, en un entorno que se mueve más por expectativas que por evidencias, el declive financiero y el empeoramiento de la percepción de riesgo aumentan su volatilidad como si ya estuviera descontando el default. Por lo tanto, un primer efecto (que ya se está produciendo con enorme virulencia en mercados como el español) es el encarecimiento de las condiciones de financiación y la agudización de la percepción de riesgo financiero.
En paralelo, un Grexit sacaría del sistema europeo una cantidad nada desdeñable de dinero en circulación (lo que el BCE denomina M3); para ser más concreto, habría que eliminar del sistema la abultada deuda griega y el dinero que esté en circulación en el país heleno. Por lo tanto, ante una menor oferta, el Euro continuaría su escalada, alejándose de la paridad con el dólar y dificultando la capacidad exportadora de la economía europea. En otras palabras, los miles de millones de Euros que el BCE está inyectando en el sistema irían destinados a tapar agujeros en balances y no a la economía real, aumentando (aún más) las dudas sobre la efectividad del programa. A este respecto, también cabe apuntar un claro empeoramiento de la situación de los grandes motores europeos, léase Alemania y Francia, cuyos bancos son los más expuestos a la deuda griega. Esto podría tener un efecto placebo en la economía (a saber, más dinero destinado a despilfarro público), aunque lo que parece seguro es una disminución del comercio intraeuropeo.
Ligando con el punto anterior, el default griego tendría claras consecuencias sobre la evolución del crédito en la UE. Más concretamente, en países como España (donde, como se aprecia en el gráfico el crédito a la economía real sigue sin fluir, prefiriendo pagar por los depósitos en el BCE antes que conceder créditos a agentes cuya solvencia está en entredicho), el empuje de la demanda a través del crédito se encontraría de nuevo ahogada por una situación de bloqueo financiero. Por tanto, nos encontraríamos en una situación tan paradigmática como que los responsables políticos seguirían haciendo gala de una situación de aparente austeridad, mientras que la economía financiera se encuentra en un cuello de botella difícilmente superable sin un empuje de los agentes no financieros. Un verdadero circo, vamos.
Teniendo en cuenta lo anterior, creo que los 26.000M€ es solamente uno de los múltiples efectos perfectamente previsibles. Y, que nadie se engañe, cada € va a salir de los contribuyentes españoles, añadiendo presión sobre unas finanzas públicas que año tras año se ponen en entredicho, incumpliendo sistemáticamente los compromisos adquiridos con Europa, tanto los estatutos constitucionales como las adquiridas a raíz de la crisis. Hablando en plata, que nos podemos olvidar de la rebaja de impuestos que estoy seguro de que nos van a vender la mayoría de partidos políticos en campaña electoral; además, cabe esperar una agudización de la pseudo-austeridad. La morfina de Draghi, junto con el empuje electoral del empleo, podrá amenizar la situación, dando una patada hacia delante a una bola de nieve que no para de rodar, haciéndose cada vez más y más grande. Por ser ilustrativo (o intentarlo), todo esto me recuerda a un teatro (griego, por añadir más inri), en el cual la productora «acompaña» el espectáculo con gas de la risa, de tal forma que los espectadores ríen ante la comedia a la que asisten mientras los actores se matan a puñaladas y piden voluntarios entre el público para recoger la sangre derramada.
Y, para los incrédulos, solamente hay que mirar al ejemplo (reciente, por otra parte) de USA: el dinero invertido por las compañías ha crecido a una tasa anual del 4,9%, frente al incremento del 8,1 registrado en cada una de las recuperaciones a una contracción económica posteriores a la II Guerra Mundial, según Bank of America. En lugar de invertir en el futuro, han preferido retribuir al accionista con mayores dividendos, de ahí la brutal revalorización en los últimos años. Ahora, además, la FED tiene previsto subir tipos… con el permiso de Grecia, claro. ¿Quién va a invertir en un continente con este carajal encima? Tenemos ante nosotros un verdadero reto.
¿Estaremos a la altura?