Hoy se reunirá el BCE y existe un amplio consenso en el mercado acerca de que extenderá, aún más, el programa de compra de deuda en Europa (QE). En este blog ya hemos criticado duramente dicho programa (click aquí y aquí para releer los post), por lo que he decidido recuperar un artículo que publiqué en bez.es hace ya algunas semanas. Los datos están algo desactualizados, aunque sí que puedo afirmar con total rotundidad que el análisis continúa siendo el mismo. Sencillamente, se ha agudizado.
La teoría económica define la trampa de la liquidez como aquella situación en la que los incentivos a la inversión a través de políticas monetarias expansivas –tipos de interés bajos –provocan mayores tasas de ahorro y posiciones de liquidez en cartera.
Tras casi 450.000M€ impresos, la inflación continua estancada –+0,2% en diciembre –el crédito no repunta, y la devaluación del euro no es motivo suficiente para dinamizar con fuerza las exportaciones. Lo que sí que está logrando el QE de Mario Draghi es que un 30% de la deuda emitida en la zona Euro tenga una rentabilidad negativa. Esto es, que el inversor tenga que pagar al deudor por prestarle dinero. O, lo que es lo mismo, el mundo al revés y un incentivo claro para que los gobiernos continúen endeudándose. Una trampa.
El montante de reservas depositadas en el BCE asciende a 210.126 millones de Euros, siendo necesario remontarse a 2013 para encontrar cifras similares. Que un negocio como el bancario –cuyo core pasa por coger prestado capital a un tipo de interés y prestarlo a otro mayor –pague por tener a resguardo su capital pone en evidencia la ausencia de proyectos solventes que existen en la Eurozona. Nadie tiene más interés que los bancos en otorgar créditos. Pero si el prestamista no presenta un proyecto rentable, o existen serias dudas sobre su solvencia a largo plazo, evidentemente, no logrará el crédito. Estamos, por tanto, ante un problema de demanda solvente de crédito, y no de oferta, como quiere imponer el banquero por excelencia de la zona Euro. Tras 10 meses de programa de compra de activos, los datos invitan a afirmar con total rotundidad que el QE solamente supone una inyección de incentivos perversos en la economía. Deuda, deuda y más deuda para financiar nada.
Sólo deuda.
En Europa existe una sobrecapacidad industrial del 20%. Esta cifra aumenta incluso hasta el 35 y 40% en países como Grecia y Chipre. Las autoridades europeas estiman un déficit del 1,8% para el 2016, año de apogeo para el famoso Plan Juncker.
Tras 8 largos años de crisis y pseudoausteridad, nuestros gestores aún no se han dado cuenta de que la única vía de dinamización económica pasa por el sector privado, y cuanto más grande sea un sector público hipertrofiado, lento e improductivo, menos espacio hay para la inversión y la actividad privada. Puro efecto crowding out. Por tanto, que nadie se engañe, las enseñanzas de Keynes no nos salvarán de la situación actual. Cuando políticas de gasto anticíclicas –y, por tanto, extraordinarias –se convierten en ordinarias no sólo se muestran inútiles cuando realmente se las necesita, sino que producen efectos nocivos en la economía. Gastar por gastar, con la única premisa de estimular la demanda con cargo a deuda pública lo único que provoca es pérdida de bienestar y –lo que es más importante –de libertad para las generaciones
futuras. Nada es gratis. Nuestros hijos lo recordarán.
Echemos un vistazo a España. Un país que ha gastado más de lo que ha recaudado durante 32 de los últimos 35 años, generando un exceso de capacidad del 22%. Los aeropuertos vacíos, las autopistas quebradas, los proyectos megalómanos con presupuestos inflados pueden ser considerados daños colaterales que forman parte de la construcción de un Estado de Bienestar en una economía desarrollada. Sin embargo, repetir este tipo de políticas es creer que el país actual tiene algo que ver con la España de los años 80. Y eso tiene un nombre: ignorancia. Podemos repetir hasta la saciedad que el sector de la construcción se está recuperando, que estamos creando empleo, o que España es uno de los destinos preferidos de los inversores internacionales. La realidad es que un país que depende de la construcción y del turismo está condenado a empobrecerse en el largo plazo por los escasos incentivos a incrementar la productividad; que casi el 50% del empleo generado en 2015 dependió directa o indirectamente del sector público; y que la inversión financiera internacional ha crecido un 6%, impulsada principalmente por las posiciones en cartera. O, lo que es lo mismo, actividad no productiva que compromete nuestra viabilidad a largo plazo.
En Estados Unidos los miles de millones que ha estado imprimiendo la FED durante los últimos años se han destinado al pago de dividendos y al endeudamiento de los agentes económicos más solventes. En China, a incentivar a las familias a endeudarse a adquirir activos de riesgo –bolsa –creando una burbuja cuyas consecuencias aún son imprevisibles. Afortunadamente, la FED ha oído las advertencias de voces sobradamente autorizadas y, aún en condiciones denincertidumbre, ha sido capaz de revertir el rumbo. Aunque de forma tímida, la subida de tipos en Estados Unidos era, sencillamente, necesaria. Ojalá se cumplan las previsiones y en pocos meses volvamos a ver una nueva subida de tipos de interés en Norteamérica.
La economía global vive un momento de elevada incertidumbre. Convertir las políticas extraordinarias en ordinarias no es la mejor forma de reducir el riesgo. Más bien lo contrario, actúa como una bola de nieve que se agranda, hasta que ya no puedes con ella y se vuelve en tu contra, aplastándote en su camino hacia su estado natural. Una trampa. De liquidez, si queremos darle sentido económico. Pero trampa igualmente.