Estamos inmersos en la era de las criptomonedas. El blockhchain, o la tecnología de cadena de bloques, permite crear activos virtuales de una manera anónima y con el mayor nivel de seguridad a día de hoy.
El Bitcoin forma parte de esta familia. Nace de la mano de Blockchain en 2009 y a día de hoy, es uno de los activos financieros de mayor peso a nivel mundial. El año 2017 fue un gran año para sus inversores. Su revalorización fue del 1.329%. No en vano, su condición de burbuja fue puesta a debate por analistas y expertos financieros en todo el mundo.
Como Bitcoin, hay decenas de criptomonedas emitidas bajo Blockchain: Ethereum, Ripple, Litecoin, etc. Es este auge lo que las ha convertido en foco de debate, derivado en dos vertientes: Por una parte, su capacidad para convertirse en una moneda al uso y, por otra, posibles alternativas monetarias para países con problemas de deuda y crecimiento. Ambas, por cierto, sin fundamento
El primer elemento para que un activo sea considerado dinero es el de la reserva de valor. El dinero debe de ser capaz de ser guardado de forma fiable, almacenado y recuperado, así como predecible y poderse utilizar como un medio de intercambio cuando se recupera. Dicho de otra manera, el dinero debe poder transferir poder adquisitivo y riqueza entre agentes económicos actuales, y entre el momento temporal presente y el futuro
El segundo es actuar como medio de pago. Un bien capaz de intermediar en la compra de bienes y servicios entre agentes económicos. Y, por lo tanto, ser reconocido por todos los agentes del mercado.
Y, por último, como unidad de medida. El dinero debe dar valor al intercambio comercial que realizan los usuarios. Para ello, debe ser capaz de ser divisible en unidades más pequeñas sin perder valor, fungible y tener la capacidad de ser verificado desde el punto de vista contable.
Ninguna de las criptomonedas lo cumple. A día de hoy el pago a través de estos medios es residual a escala mundial, y tampoco puede usarse como unidad de medida universalmente conocida por su falta de reconocimiento y por su elevada volatilidad.
Y es ésta condición de no-moneda es lo que le otorga el elevado atractivo inversor que está recibiendo. Su éxito viene explicado principalmente por ser uno de los pocos activos no sujetos a regulación financiera. En unos mercados con más de 20 billones de dólares inyectados a través de los bancos centrales, el Bitcoin está mostrándose como un excelente activo refugio. Esto, sin embargo, le priva del elemento fundamental para ser considerado como reserva de valor: la confianza.
Los intentos en vano de convertir las criptomonedas en dinero fiduciario
Cualquiera puede hacer, de forma libre y voluntaria, una transacción privada en Bitcoins. No obstante, esto no le asegura que en su próxima transacción la contraparte implicada tenga que aceptar dicho medio de pago. El respaldo del Bitcoin son los usuarios que ponen sus ordenadores a disposición de la red para descentralizarla, así como los mineros que fabrican Bitcoins a cambio de una compensación. Esto implica, necesariamente, que la criptomoneda se convierte en un recurso digital potencialmente infinito, en el plano teórico. Esta idea, a pesar de contar con mucho atractivo entre algunos gestores públicos que piensan que la generación de recursos financieros puede ser infinita, es un sistema que se ha mostrado nefasto en cualquier momento y lugar de la historia.
Venezuela anunció, a principios de 2018, el nacimiento del “Petro”, su propia criptomoneda. Se trataba del enésimo intento del gobierno venezolano por seguir manteniendo una política fiscal y monetaria ultra expansiva sin acometer las reformas que necesitaba el país. Su evolución, como no podía ser de otra manera, fue exactamente la misma que la del bolívar venezolano. Nació a 60 dólares por petro, se desplomó, y actualmente ha dejado de cotizar.
Ahora, China también ha aprobado el lanzamiento de su criptomoneda el próximo 1 de enero de 2020. No se puede afirmar categóricamente que vaya a seguir el mismo camino que el Petro, pero lo que tienen claros los analistas y la banca de inversión es que tampoco va a ser un activo refugio como los que estamos acostumbrados a ver en titulares de prensa y medios especializados.
Evolución de los mercados de criptomonedas
Las criptomonedas son activos financieros que se están usando como refugio ante la baja rentabilidad existente en los vehículos convencionales. Por eso han tocado máximos en épocas en las que los bancos centrales imprimían dinero y lo inyectaban masivamente en las economías desarrolladas… y han sufrido caídas severas en poco tiempo. En la época de mayor represión financiera de nuestra historia, los precios en los mercados financieros internacionales han dejado de ser una señal de oferta y demanda y, por lo tanto, el riesgo (y la volatilidad) se infravaloran.
Un Bitcoin llegó a cotizar a casi 14.500 dólares en diciembre de 2017. A mediados de 2018, con las primeras subidas de tipos de la FED y las divisas de los países emergentes (Argentina, Turquía, etc.) desplomándose, esta criptomoneda cayó hasta los 3.313 dólares. Un -77% en tan sólo 1 año. Ahora cotiza a unos 8.100 dólares, pero ha llegado a estar a más de 12.000 en 2019.
Ethereum, otra de las grandes criptomonedas, ha seguido una evolución similar, aunque el mercado aprende de sus errores. A lo largo de 2018 cayó un -90%. La evolución, frente a Bitcoin, desde entonces ha sufrido un incremento del 65%, de nuevo, con una pérdida desde mediados de año.
Los datos hablan por sí solos. Es un activo financiero con subyacente digital, y, además, uno de los más volátiles del mercado. El inversor debe saberlo, y el ciudadano debe descartarlo como posible dinero fiduciario. El primer perjudicado por la masificación de las criptomonedas son los gestores públicos y, especialmente, los organismos de política monetaria. Pierden el control sobre las transacciones financieras, que es uno de los caballos de batalla de la era digital. La lucha contra las criptomonedas es la misma que contra el dinero en efectivo. No en vano, Brad Sherman, congresista demócrata en Estados Unidos, se pronunció en contra de las criptomonedas cuando Facebook trató de lanzar la Libra: “No estoy aquí para ser anti-Facebook”, le reprochó a Zuckerberg, “yo era anti-criptomoneda cuando usted era anti-criptomoneda”. El fundador de Facebook, como no podía ser de otra manera, ha retrasado el lanzamiento de la Libra “hasta que no tenga la aprobación de los reguladores” norteamericanos.
Lo mejor de las criptomonedas es, sin duda, la tecnología que las soporta. El Blockchain supone un avance cualitativo como sociedad, mejora la seguridad de nuestra existencia digital y permite transacciones más rápidas. Más allá de eso, cualquier criptomoneda soportada por entes públicos será un instrumento financiero más. Sujeto a la credibilidad de su emisor. Exactamente igual que el dólar, el yuan, el euro y cualquier moneda convencional.
No hay nada más seguro que un euro en su bolsillo. Ni tan si quiera un Bitcoin. La principal debilidad y fortaleza de las criptomonedas es su ausencia de respaldo legislativo y el uso de la tecnología para crear mercados al margen de los preestablecidos. Los inversores lo saben, y por eso se frotaron las manos cuando China anunció el lanzamiento de su criptomoneda. El bitcoin se disparó hasta los 10.332 dólares.