Cada vez que aparece el término neutralidad de red en algún medio de comunicación, los reguladores se echan a temblar. No hay nada más falaz y, sin embargo, tan fácil de vender como la neutralidad de red.
Desde el punto de vista teórico, la neutralidad consiste en tratar a todos los datos que circulan por internet de forma indiscriminada. El objetivo es que cualquier agente que opere sobre internet –usuarios, empresas, webs de información, etc. -tenga las mismas oportunidades desde el punto de vista de red. Nada más lejos de la realidad.
En Estados Unidos este debate ha estado presente desde hace varios años. Con la llegada de los agentes OTT – Over-The-Top, empresas que operan sobre internet -el tráfico cursado a través de las redes de los operadores se ha multiplicado. Y, con él, las necesidades de inversión en redes para mantener la calidad del servicio.
Todos los esfuerzos han sido en vano, hasta que apareció esta campaña de Burger King. En ella, la cadena de alimentación norteamericana cambia su política de pricing y establece tres precios distintos para el Whopper. Entre ellos, la única diferencia es la velocidad a la que se sirve dicha hamburguesa. El vídeo es digno de ser visto. Tras el comprensible enfado de los clientes que pagan el precio más bajo, viene el momento de la reflexión. Es normal pagar algo más por un bien o servicio que ofrece un valor añadido. En este caso, prioridad a la hora de ser servido.
Nadie tiene más incentivos que las propias compañías de telecomunicaciones en dar a sus clientes finales la máxima calidad de servicio. La razón es sencilla: en el momento en el que eso deja de ocurrir, usted y yo llamamos a otra compañía y nos cambiamos. Lo que viene siendo un mercado competitivo, en el que existen incentivos a mejorar la utilidad del usuario final.
Para colmo, por ser un sector estratégico y masificado, existen toda una batería de normativas legales que obligan a las operadoras de telecomunicaciones a dimensionar la red para asegurar caudal a toda su base de clientes y evitar caídas por saturación.
En el momento en el que en un país como Estados Unidos dos compañías -sí, han oído bien, dos –que ofrecen servicios intensivos en el uso de la red, como son YouTube y Netflix, son capaces de concentrar el 80% del tráfico que circula sobre sus redes de comunicaciones, las compañías de telecomunicaciones norteamericanas tienen que asegurar que sus clientes siguen recibiendo una calidad de servicio óptima.
Y, créanme, eso vale miles de millones de euros o dólares. Y, sin embargo, a los clientes no se les cobra en función de la capacidad usada ni nada por el estilo. ¿Quién se favorece? Correcto. Las empresas que llenan las redes sin pagar de forma proporcional.
O, lo que es lo mismo. Es precisamente la neutralidad de red la que provoca que los ciudadanos tengamos que pagar más para asegurar una navegación en igualdad de condiciones.
Ante una potencial derogación de la neutralidad de red, aparecen los jinetes del apocalipsis. «¡Nos van a subir internet!» «¡Internet libre!». Y toda una serie de falacias que la competencia se encarga de acallar. Las empresas de telecomunicaciones acumulan la mayor parte de sus clientes y de su facturación en el segmento hogares. Me cuesta creer que Comcast en Estados Unidos ponga en riesgo al 92% de sus clientes de internet. En España pasa exactamente lo mismo. Los incentivos para que exista un challenger en el mercado que ofrezca excelentes conexiones de internet a precios bajos son elevados. La posible subida de precios, por tanto, y en caso de producirse, será temporal.
Debemos entender que desarrollar las capacidades para ofrecer un caudal de red dedicado a determinadas compañías o servicios que operan sobre la red no implica necesariamente un detrimento en la calidad de servicio ofrecida al resto de usuarios. Es más, contar con libertad para operar dentro de la red permite a las telco ampliar su abanico de capacidades para innovar.
Lejos de penalizar el servicio ofrecido a los hogares o incrementar su precio, la derogación de la neutralidad de red abre todo un abanico de incentivos a lograr una mayor eficiencia de red y a la aparición de nuevos agentes que cubran las necesidades de las compañías de internet más humildes.
Tampoco es cierto que penalice la aparición de startups tecnológicas. Apuesto a que en los próximos años veremos en Estados Unidos empresas integradoras cuyo negocio pase por encontrar a todas esas pequeñas compañías que requieren de una calidad de servicio capaz de competir con los gigantes de internet. Su propuesta de valor pasará por aglutinar el tráfico que requieran para ofrecérselo de forma individualizada y bajo una estructura de costes optimizada, según sus necesidades.
El fin de la neutralidad de red no es ningún favor a las empresas de telecomunicaciones. Ellas van a cubrir el servicio igual. Más bien, es un reajuste que juega a favor del cliente final. Y, además,genera incentivos a una red para el país mucho más avanzada. Esto afecta positivamente al plan tecnológico, a los modelos de generación de negocio y a la organización del hipersector.
Como el fast Whopper, pero introduciendo competencia. No dejen de ver el vídeo y la reacción de la gente.