Hace ya unos días, un lector del blog me pidió, a través del apartado pregúntame, mi opinión acerca del TTIP, la asociación para el comercio y la inversión transatlántica, o Transatlantic Trade and Investment Partnership, por sus siglas en inglés. Siendo conciso (para los lectores que quieran más información tienen 3 textos de interés aquí, aquí, y aquí), se trata de un acuerdo para el libre comercio de bienes, servicios e inversiones entre la economía de EE.UU. y la europea. O, lo que es lo mismo, algo tan sencillo como derribar ese invento tan humano llamado nación (que, en términos de economía internacional queda delimitado a través de aranceles), y derribar las puertas que hemos puesto al campo, como consecuencia, ni más ni menos, de una economía cada vez más globalizada que lleva a algunas medidas protectoras hacia una reducción al absurdo.
Es fácil deducir, por mis palabras anteriores, mi apoyo hacia cualquier tratado de libre comercio a nivel internacional (incluido el TTIP, por supuesto); de ellos han nacido épocas de gran prosperidad, así como zonas económicas de referencia como los propios Estados Unidos o Europa, sin ir más lejos. Porque no nos engañemos, ni las sociedades ni las economías avanzan bajo modelos políticos proteccionistas que, llevados al extremo, acaban en situaciones de autarquía y economía de trueque. Ya en el siglo XVIII, autores de referencia para la economía moderna como Adam Smith o David Ricardo hablaban, respectivamente, de ventajas absolutas y ventajas relativas. Y se referían, ni más ni menos, a la capacidad que tienen los países para producir bienes o servicios en condiciones más ventajosas que otro país que, a su vez, será capaz de producir otro bien o servicio de una forma más eficiente. Si estos dos países son capaces de comerciar dichos bienes, en una situación de libre mercado, dichos bienes se intercambiarán a un precio inferior que en una economía cerrada, y, por consiguiente, se producirá una especialización de los factores productivos hacia el bien/servicio que más bienestar aporta a la economía en cuestión. Gracias al comercio internacional se produce un incremento del empleo, del bienestar y del desarrollo de los países.
En España, desafortunadamente, hemos vivido una situación de cierre al comercio internacional en una época no tan lejana, con resultados sobradamente conocidos. De hecho, esta Ley Universal, formulada por Adam Smith y desarrollada por múltiples autores de referencia, sigue siendo un punto de encuentro para los expertos más destacados en la materia de hoy en día; conservadores, progresistas, liberales, socialistas, y un largo etcétera asumen que la economía internacional supone un óptimo de Pareto (situación en la que todos los agentes ganan tras el cambio) para todas las partes interesadas en comerciar sin trabas. En resumen, el establecimiento de restricciones al libre comercio, a través de aranceles u otra práctica gubernamental similar, supone una pérdida de competitividad y bienestar para la economía, en ningún caso compensada por la redistribución social de dichos aranceles (las subvenciones y demás regalos a sectores productivos improductivos y desposicionados es una forma de redistribuir pobreza, y no de preparar el terreno para el crecimiento).
Da la sensación, leyendo lo que llevo de post, de que el comercio internacional no debería encontrar ninguna traba para ser liberado de impuestos y restricciones. Sin embargo, al menos en el caso del TTIP, al provenir de dos zonas económicas «rivales», cuyas economías han vivido su mayor esplendor a la luz de elevadísimas inversiones públicas, proteccionismo estatal, y endeudamiento indiscriminado sin consecuencias, sí que hay temas que pulir que no son menores, aunque sí indispensables para el correcto funcionamiento del libre mercado. Me refiero, como no puede ser de otra forma, a la armonización de leyes, a los controles y exigencias administrativas, y a la coordinación de leyes (presentes o futuras) que vayan a tener impacto comercial o facilitar las inversiones. Y en este proceso, tan desagradecido como peliagudo están las autoridades europeas y estadounidenses inmiscuidas. Y, de este proceso también, salen los principales detractores de la asociación.
Afortunadamente, la historia económica ya ha vivido acuerdos de este tipo, y sus argumentos en contra se han usado de forma recurrente:
1) El libre comercio es sólo beneficioso si tu país es suficientemente productivo como para resistir la competencia internacional: Para una clara respuesta a esta pregunta hay que conocer la diferencia entre ventaja absoluta y ventaja comparativa. Sin embargo, espero que el siguiente ejemplo sea lo suficientemente ilustrativo: Los países del Este tienen una productividad reducida en la producción de textil comparado con, por ejemplo, España o Estados Unidos. Sin embargo, puesto que la desventaja de productividad de los países del Este es todavía mayor en otras industrias, sus salarios son lo suficientemente bajos como para tener una ventaja comparativa (temporal, como veremos más adelante) en la producción textil.
De esta respuesta nace, como no podía ser de otra manera, la segunda arma contra los tratados de libre comercio:
2) La competencia exterior es injusta y perjudica a otros países cuando se basa en salarios reducidos: Para contestar a este tema tan peliagudo hay dos argumentos que guardan una cierta relación entre sí. El primero, es otra ley básica universal: La competencia en precio nunca será una ventaja competitiva sostenida en el tiempo; un país puede beneficiarse de mano de obra más barata durante un período de tiempo, pero siempre habrá un avance tecnológico, u otro país menos desarrollado que produzca lo mismo a un precio menor; y esto lleva a la siguiente respuesta: en términos de poder adquisitivo real, el comercio internacional no explota ni empobrece a los trabajadores. Si estamos de acuerdo en que la especialización cristaliza en unos precios menores, con el mismo salario podrá comprar más productos en un país abierto al comercio que en un país cerrado; eso, por no hablar de que la apertura ha supuesto, a lo largo de toda la historia reciente, un incremento de demanda y una mejora de la riqueza y las condiciones de vida.
Resumiendo, y espero haber sido lo suficientemente conciso, creo que el TTIP es un must que Europa y Estados Unidos tenían en su haber. Lo que más me mosquea al respecto es el oscurantismo con el que se está tratando el tema por parte de las Autoridades y de los medios de comunicación. Me hace pensar que tienen algo que esconder; en cualquier caso, tengo el defecto de confiar en los responsables políticos que ha elegido el pueblo, como parte de su libertad democrática. Y, para los que se echan las manos a la cabeza porque ven amenazadas sus privilegiadas posiciones en un sector, como el agrario, claramente desposicionado con respecto al americano, que piensen porqué los productos de EE.UU. son más baratos incluso con los costes de transporte, en lugar de seguir viviendo de las PAC, uno de los grandes errores con los que cuenta la UE en este momento.
Para finalizar, una cita de «El compromiso del poder», de José María Aznar:
«Yo no puedo entender a España -su cultura, su historia, y su identidad -sin el Atlántico. España se forjó como Nación coincidiendo con la exploración y el descubrimiento de América. España alcanzó la modernidad política con un proyecto de libertad elaborado por españoles de «ambos hemisferios», en feliz expresión de la Constitución de Cádiz. Y España tiene en el Atlántico, punto de encunetro con Iberoamérica, su ámbito de proyección más extenso, más prolífico, y más evidente.
Lo mismo puedo decir del conjunto de Europa. Europa es para mí incomprensible al margen de lo que significa el Atlántico. (…) El Atlántico es, para Europa, la garantía más sólida de liderazgo, la oportunidad más cierta de prosperidad, prestigo e influencia internacional. (…) Nuestro futuro pasa por aquí.» Y esto no es debido a que sea un seguidor del ex-presidente del Gobierno. Es para ilustrar, querido lector, que esto no es flor de un día.
Gracias, como siempre por estar ahí y por preguntar!!!
Disclaimer final: Unos días después de la publicación de este post, el maestro Sebastián Puig (@lentejitas), se ha comprometido a escribir una serie de artículos en Sintetia sobre el TTIP, por si a alguien le resulta de interés el seguimiento